Para Nikko hoy era un dia feliz,
cumplía sus doce años y esperaba un regalo especial,
la promesa de su padre de regalarle la katana,
un sencilla espada, pero con un don muy especial.
Era el símbolo que representaba el nombre de su casta,
dejando de ser un niño, se convertiría en su heredero,
sólo a base de esfuerzo y sacrificio lograría su cometido,
con la ayuda claro, de su progenitor para dirigirlo.
Kenzo, su padre era samurai enseñante,
curtido en mil batallas como general del imperio,
distinguido en mil medallas por el mismo emperador,
que hacían de Kenzo un gran Samurai del honor.
Había adquirido gran sabiduría con los años y estudios,
y con el arte de la espada no tenía rival,
no había en todo el imperio quien manejase su katana,
sólo el la podía desenvainar de su funda, era mágica,
nadie jamás la había visto en combate o duelo,
brillaba siempre como el jade verde con destellos dorados,
y el orgulloso la cuidaba como a un hijo preciado.
Sentados padre e hijo en la noche, con leños encendidos,
le impartía las lecciones que más le servirían en el futuro.
Fuerza, no en los músculos, sino en la cabeza,
en la voluntad del corazón para hacer el bien que se pueda.
Honor y generosidad, ayudando a conseguir a otras personas
lo que en vida necesitan, lo que su corazón les demanda.
Aprender a sembrar como el granjero de la hacienda,
buenas semillas,osea buenas acciones ,y cosecharas
bendiciones de tus ciudadanos, agradecimientos y sonrisas.
Matar la ambición desmedida, consiguiendo un trabajo
pobre pero digno que aleje el poder de tu egoísmo,
serás más poderoso, cuanto más humilde seas,
cuando cultives el amor y la benevolencia con los demás.
Y sobre todo, hijo mío, silencio, mucho silencio,
que cada palabra que salga de tu boca sea la adecuada
la que tu corazón dicta, tu alma debe ser intachada.
Padre e hijo se levantaron esa noche satisfechos,
tenían todo un largo camino por delante para charlar,
toda una vida para enseñar y aprender,
una vida para experimentar el tema más difícil de todos,
enseñar y aprender a querer.
cumplía sus doce años y esperaba un regalo especial,
la promesa de su padre de regalarle la katana,
un sencilla espada, pero con un don muy especial.
Era el símbolo que representaba el nombre de su casta,
dejando de ser un niño, se convertiría en su heredero,
sólo a base de esfuerzo y sacrificio lograría su cometido,
con la ayuda claro, de su progenitor para dirigirlo.
Kenzo, su padre era samurai enseñante,
curtido en mil batallas como general del imperio,
distinguido en mil medallas por el mismo emperador,
que hacían de Kenzo un gran Samurai del honor.
Había adquirido gran sabiduría con los años y estudios,
y con el arte de la espada no tenía rival,
no había en todo el imperio quien manejase su katana,
sólo el la podía desenvainar de su funda, era mágica,
nadie jamás la había visto en combate o duelo,
brillaba siempre como el jade verde con destellos dorados,
y el orgulloso la cuidaba como a un hijo preciado.
Sentados padre e hijo en la noche, con leños encendidos,
le impartía las lecciones que más le servirían en el futuro.
Fuerza, no en los músculos, sino en la cabeza,
en la voluntad del corazón para hacer el bien que se pueda.
Honor y generosidad, ayudando a conseguir a otras personas
lo que en vida necesitan, lo que su corazón les demanda.
Aprender a sembrar como el granjero de la hacienda,
buenas semillas,osea buenas acciones ,y cosecharas
bendiciones de tus ciudadanos, agradecimientos y sonrisas.
Matar la ambición desmedida, consiguiendo un trabajo
pobre pero digno que aleje el poder de tu egoísmo,
serás más poderoso, cuanto más humilde seas,
cuando cultives el amor y la benevolencia con los demás.
Y sobre todo, hijo mío, silencio, mucho silencio,
que cada palabra que salga de tu boca sea la adecuada
la que tu corazón dicta, tu alma debe ser intachada.
Padre e hijo se levantaron esa noche satisfechos,
tenían todo un largo camino por delante para charlar,
toda una vida para enseñar y aprender,
una vida para experimentar el tema más difícil de todos,
enseñar y aprender a querer.
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