Oigo el silbar de la muerte,
ese inconfundible aleteo buscando a quien hipnotizar,
que como arpía desciende sobre el durmiente,
noto su oscura presencia y su cansado caminar.
Milenios sembrando infortunios, en guerras,
en enfermedades, dándose el gusto y relamiéndose,
de cuerpos ensangrentados y despojados de sus carnes,
esperando una sepultura digna que los salve de sus garras.
Mientras sin prisas se dispone a tocar el violín,
como si no tuviera nada que hacer ni temer,
espera al acecho que la oscuridad cubra el contingente
de almas penando cuentas pendientes.
Arrastrando sus cadenas, unos de tras de otros,
esqueletos andantes y andrajosos desesperados,
pobres desencarnados danzando el baile de la muerte,
como siguiendo sin remedio al violinista que distante,
se sonríe mirando un carnaval dantesco y errante.
ese inconfundible aleteo buscando a quien hipnotizar,
que como arpía desciende sobre el durmiente,
noto su oscura presencia y su cansado caminar.
Milenios sembrando infortunios, en guerras,
en enfermedades, dándose el gusto y relamiéndose,
de cuerpos ensangrentados y despojados de sus carnes,
esperando una sepultura digna que los salve de sus garras.
Mientras sin prisas se dispone a tocar el violín,
como si no tuviera nada que hacer ni temer,
espera al acecho que la oscuridad cubra el contingente
de almas penando cuentas pendientes.
Arrastrando sus cadenas, unos de tras de otros,
esqueletos andantes y andrajosos desesperados,
pobres desencarnados danzando el baile de la muerte,
como siguiendo sin remedio al violinista que distante,
se sonríe mirando un carnaval dantesco y errante.
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