Siempre crei sentirme fuerte
ante las embestidas de la madre vida,
creí poder con todo lo que me acontecía,
hasta que desapareciste de mi compañía.
No se explicar mi reacción,
años de introspección,
de autoafirmación en mí yo,
de fortaleza interna,
un muro de Jericó era yo.
Todo eso por si mismo se desplomó,
se convirtió en polvo,
en desierto,
en un eclipse mortecino
en mitad de mi destino.
El forjador y su yunque
ya no daba un martillazo a derechas,
el campeón de la resistencia,
no daba pié con bola,
triste final para un seguro de su amor.
Y sobrevino el dolor,
punzante como las agujas,
lacerante como espinas de zarza,
y desequilibrante como en el fragor
de una batalla.
Sólo ante mi mismo,
pensamientos en tropel,
amontonados,
sin orden ni cuartel,
el caos mental,
en mi existencia
todo daba igual.
No te culpo a ti, mujer,
ni te odio ni te guardo rencor,
seguiste las indicaciones de tu corazón,
fui yo, el que perdió su caparazón,
fui yo el que no supo tranquilizar su corazón
y no supo sujetar los caballos de la razón.
ante las embestidas de la madre vida,
creí poder con todo lo que me acontecía,
hasta que desapareciste de mi compañía.
No se explicar mi reacción,
años de introspección,
de autoafirmación en mí yo,
de fortaleza interna,
un muro de Jericó era yo.
Todo eso por si mismo se desplomó,
se convirtió en polvo,
en desierto,
en un eclipse mortecino
en mitad de mi destino.
El forjador y su yunque
ya no daba un martillazo a derechas,
el campeón de la resistencia,
no daba pié con bola,
triste final para un seguro de su amor.
Y sobrevino el dolor,
punzante como las agujas,
lacerante como espinas de zarza,
y desequilibrante como en el fragor
de una batalla.
Sólo ante mi mismo,
pensamientos en tropel,
amontonados,
sin orden ni cuartel,
el caos mental,
en mi existencia
todo daba igual.
No te culpo a ti, mujer,
ni te odio ni te guardo rencor,
seguiste las indicaciones de tu corazón,
fui yo, el que perdió su caparazón,
fui yo el que no supo tranquilizar su corazón
y no supo sujetar los caballos de la razón.
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